Nahuel era un niño callado, muy respetuoso y obediente. En la escuela tenía un excelente comportamiento, tan bueno era; que ni sus docentes notaban su presencia.
Siempre se lo veía solo, sin amigos.
A la salida de la escuela, caminaba rápido a su casa, evitando cruzarse con alguno de los chicos de la clase, ya que ese era el momento que ellos esperaban para aprovecharse de él:
lo tomaban entre dos y los otros lo golpeaban, lo escupían y lo insultaban.
-¿ A dónde vas indiecito?- le decían mientras lo maltrataban.
-¿Por qué no vas a la escuela para indios?
Así los días iban pasando y el niño no sabía cómo defenderse. Sus maestras lo consideraban un “niño muy raro”, pero como no provocaba problemas, jamás indagaron para saber qué le ocurría o por qué no tenía amistades en la escuela.
Un día como todos los otros, Nahuel volvía apurado, escapando; pero detrás un árbol apareció Julián y lo tomó por sorpresa. Luego vinieron los demás y empezaron a maltratarlo y a burlarse del niño mapuche.
Pero ese día algo sucedió. Nahuel, sacó un arma de su bolsillo, la había conseguido en una villa cercana a su barrio. Ni siquiera sabía cómo usarla, pero no importó; comenzó a disparar para todos lados y sus compañeros salieron corriendo en distintas direcciones. Tres fueron alcanzados por las balas y murieron y dos quedaron heridos.
Nahuel sólo escapó corriendo sin rumbo. Luego de varias horas se encontró en la orilla del río. Allí arrojó la pistola y comenzó a llorar. No pudiendo soportar el dolor, se arrojó al agua conciente de que no sabía nadar.
Así terminó su dolorosa historia. Sólo tenía 12 años y jamás comprendió por qué sus compañeros de la ciudad no aceptaban su origen. En realidad, él siempre creyó que tenían razón, que él no merecía ser su amigo. Por ello, terminó con su vida.
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